La trigésima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) concluyó en Belém do Pará tras dos semanas de intensas negociaciones y desafíos diplomáticos. En este contexto, la presencia de la Compañía de Jesús, a través de la campaña Jesuitas por la Justicia Climática, ha destacado por su coordinación global y su incidencia en temas cruciales de justicia climática.
Por primera vez, se articuló una campaña internacional que reunió a una treintena de jesuitas y colaboradores de centros sociales, universidades, redes internacionales y la Federación Internacional de Fe y Alegría. La delegación participó tanto en los espacios oficiales de la COP30, donde se reúnen las delegaciones diplomáticas y las organizaciones acreditadas, como en la Cumbre de los Pueblos, donde se dan cita los movimientos sociales, y el Tapirí Ecuménico, el espacio organizado por las Iglesias para el diálogo interreligioso sobre el cuidado de la casa común.
Durante la primera semana, se socializó el documento Religious Life for Climate Justice: Turning Hope into Action, elaborado con varias redes e instituciones religiosas. Sus demandas se centraron en tres ejes: garantizar una Transición Justa con financiación basada en subvenciones y sin generar deuda para los países vulnerables; establecer mecanismos operativos para el Fondo de Pérdidas y Daños; y promover la reforma de la arquitectura financiera global, incluyendo la cancelación de la deuda climática.
El 20 de noviembre, Anderson Pedroso SJ, rector de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, entregó al presidente de la COP30, el embajador André Corrêa do Lago, el comunicado oficial de la campaña. Al día siguiente, estas propuestas fueron presentadas en rueda de prensa en la Zona Azul, compartiendo reflexiones y expectativas ante el cierre de la cumbre.
Avances insuficientes, pero no menores
Tras varios borradores fallidos, la presidencia brasileña publicó finalmente el documento Mutirâo Global, que propone triplicar la financiación para adaptación en 2030, poner en marcha una «misión de Belém para 1,5 ºC», crear nuevos espacios de diálogo sobre comercio y establecer un programa de trabajo de dos años sobre financiación climática.
No obstante, la ausencia de referencias explícitas al abandono de los combustibles fósiles y la falta de un plan claro contra la deforestación fueron señaladas como grandes limitaciones, reflejando la influencia de los países petroleros y las dificultades del sistema de consensos. Entre los avances, un grupo de países liderado por Colombia exigió una hoja de ruta global para eliminar los combustibles fósiles y anunció que Colombia y los Países Bajos acogerán en 2026 la primera Conferencia sobre Transición Global para este propósito.
Uno de los logros más destacados de la COP30 ha sido la creación de un mecanismo institucional para coordinar la Transición Justa. Históricamente las discusiones sobre la justicia en las transiciones energéticas se habían centrado en la cuestión del empleo y la reconversión de puestos de trabajo. A día de hoy, no obstante, han crecido las iniciativas que abordan la cuestión desde diferentes perspectivas (acceso a la energía, materias primas, pobreza energética). Un mecanismo de estas características servirá para establecer principios comunes, canalizar fondos y coordinar acciones. La Red Justicia en Minería, junto con la campaña jesuita, defendió este mecanismo en una mesa redonda centrada en energía, minerales críticos y finanzas, resaltando su potencial para integrar iniciativas dispersas bajo un marco de derechos humanos y protección ambiental.
Más allá de las negociaciones formales, la experiencia en Belém dejó una huella significativa. La vitalidad de la sociedad civil, los encuentros con pueblos indígenas y la fraternidad interreligiosa mostraron la fuerza de la solidaridad global. Más de 400 organizaciones católicas firmaron un comunicado conjunto reafirmando su compromiso con la conversión ecológica y el cuidado de la casa común.
Aunque la COP30 haya concluido, el espíritu de Belém —mezcla de denuncia, solidaridad y celebración— permanece vivo. La Compañía de Jesús seguirá trabajando para que las voces más vulnerables sean escuchadas y para que la justicia climática avance con firmeza.