La “comunidad de hospitalidad” recoge el legado y la rica tradición de distintos modos de entender la cercanía vital a los más vulnerables de nuestra sociedad. A lo largo de los años se han ido acuñando distintas acepciones comunitarias que ponían el acento en una dimensión o perspectiva de nuestra vida en común. De este modo, reconocemos como propias la experiencia de las comunidades de inserción, las comunidades de inclusión o las comunidades de solidaridad, entre otras.
¿Qué elementos definen una comunidad de hospitalidad?
La vida en común no es fácilmente “encapsulable” en una definición cerrada y muy delimitada, pero a nuestro modo de ver debería caracterizarse por varios de estos elementos:
1. Compartir vida desde una proximidad a los más vulnerables y excluidos.En el Evangelio encontramos a Jesús y sus discípulos compartiendo la mesa con personas excluidas y pobres, cultivando una cultura del encuentro. Vivir a su lado es uno de los principales signos de la “Buena Noticia”, especialmente en una época como la actual en la que el individualismo erosiona las relaciones mutuas y la exclusión social priva a numerosas personas del reconocimiento y la amistad de los demás, así como de su dignidad humana.
2. Estilo de vida comunitaria acogedor e inclusivo.Dice un dicho castellano que “El roce hace el cariño”. Vivir de cerca, acogiendo realidades complejas y difíciles nos ayuda a mirarlas con mayor comprensión, cariño y solidaridad. Siempre que miramos con los ojos del corazón, sin prejuicios, somos capaces de enriquecernos, de aprender de la diversidad. Vemos en esta diversidad una oportunidad para crecer juntos. La situación de muchos jóvenes migrantes en mayor vulnerabilidad, la de expresos que buscan un camino de reintegración, la de otras personas que viven en los márgenes, representan para nosotros una fuerte llamada a la hospitalidad.
3. Un camino abierto, desde la escucha mutua y el aprendizaje compartido.Para comenzar este proceso, como peregrino no hace falta ser un “super-cristiano” o un “super-jesuita” -si es que estos existen-, ni se necesita ser un experto académico en hospitalidad o inclusión social. Cualquier persona podría estar cualificada para compartir vida, aunque por supuesto sería bueno cultivar ciertas sensibilidades, flexibilidad y apertura hacia el otro.
4. La reconciliación, sanación, integración y discernimiento son elementos muy importantes en estas comunidades.Junto al alojamiento, que es un elemento fundamental, se hace necesario trazar un itinerario personal y un proyecto comunitario donde tengan cabida el discernimiento y diversos factores que tienen que ver con la recuperación de toda la persona, con vistas a la integración social.
5. Ser testigos de esperanza. La vida en común nadie ha dicho que sea algo fácil.A poco que se haya vivido en comunidad se reconoce la necesidad de aceptar las diferencias y de crecer en conocimiento mutuo. Todos llevamos en nuestro interior “un lobo y un cordero” que necesita convivir con los demás. La vida en comunidad nos construye como personas cuando ponemos más el acento en el agradecimiento que en la exigencia, en la aceptación y la acogida que en la recriminación, en la realidad vital que en ensueños idílicos. Las comunidades de hospitalidad anticipan de alguna manera el Reino cuando invitan a sentarse juntos en la misma mesa, a compartir vida desde lo que nos une y también desde las diferencias… toda una invitación a ser testigos de esperanza.
La hospitalidad renueva nuestras comunidades, ayudándonos a crecer en compromiso y generosidad. La Familia Ignaciana en general, y la Compañía de Jesús en particular, se benefician de estos estilos de vida comunitarios porque además de crecer en credibilidad se propicia una mayor eficacia en nuestra vida apostólica. Decía San Ignacio que “la amistad con los pobres nos hace amigos de Dios”. El mismo Papa Francisco nos recuerda como la vulnerabilidad, la pobreza, son lugares privilegiados de encuentro con Dios: “Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y sencillez ponen al descubierto nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros, de todos nosotros.”
En definitiva, las comunidades de hospitalidad abren nuevos caminos de revitalización de la vida en común como un signo del anuncio del Evangelio y se presentan como una invitación y una bocanada de aire fresco dentro de la Iglesia.